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             El Milagro de San Agustín           
EL AGUA, EL MILAGRO DE SAN AGUSTÍN Y SUS CELEBRACIONES           
Una vez incorporada Tenerife a la Corona de  Castilla, se procedió al reparto de su suelo entre personas que de una u otra manera participaron en la conquista, con el objetivo de explotarlo agrícolamente. Paralelamente, se llevó a cabo también un necesario e ingente trabajo de aprovechamiento de las corrientes de agua que manaban en la isla. La zona de Arafo no fue ajena a este hecho y en 1503 el Adelantado Alonso Fernández de Lugo cedió una importante data de tierra y aguas a Gonzalo de Mejías, que a su vez la traspasó seis años después al convento agustino del Espíritu Santo, con sede en La Laguna. A partir de entonces, este cenobio se convirtió en el principal propietario del lugar y en consecuencia, se comenzaron a canalizar las numerosas fuentes que corrían por los barrancos de Añavingo y de Arafo o de Binchelche.
Los agustinos empezaron a obtener beneficios de las tierras de Arafo, lo que favoreció el surgimiento de una incipiente comunidad rural. Por rudimentarias atarjeas llevaron el preciado líquido hasta los plantíos y establecieron sucesivos contratos con particulares para ampliar los rendimientos de sus posesiones. Así, introdujeron los cultivos de cereales, hortalizas y frutales entre los que destacaron  naranjos, perales, almendros, higueras y sobre todo vides.
A lo largo del siglo XVII se produjo un aumento de las sementeras, con las que se cubría en parte las demandas de grano que provenían de las haciendas vitícolas de otras partes de la isla. Prosperidad agrícola que se advierte cuando en 1600 el mencionado convento agustino del Espíritu Santo dio en censo enfiteútico sus tierras y aguas a Juan Martín y Mateo Hernández por una renta anual de doce doblas de oro, renta que fue aumentada a dieciocho doblas y media en 1622. Posteriormente, nuevas transmisiones y donaciones de tierras siguieron favoreciendo al monasterio.
No obstante, esa bonanza se vio alterada en 1705 al producirse un catastrófico y terrible incidente: la erupción del volcán de Las Arenas  o volcán de Arafo, situado en la caldera de Pedro Gil. La devastadora colada no destruyó el pueblo porque discurrió por las entrañas del barranco de Arafo, colmatándolo por completo y arruinando importantes fuentes de agua y tierras de labor. Los lugareños huyeron hacia Candelaria y una vez terminado el fenómeno, reconstruyeron la aldea, trasladándola más al norte, en torno a la ermita de San Juan Degollado, aunque sólo se podían aprovisionar del único naciente que quedaba, el de Añavingo. Algunos años más tarde, la desgracia volvió a aparecer en la comunidad, cuando hacia 1745 ó 1746 se desmoronó un risco de tierra en aquel barranco, ocultando por completo la corriente de agua. Desde ese instante se trató de recuperarla con escuadras de hombres que trabajaron infructuosamente, pues no lograron hacerla manar. Debido a esta falta, el pueblo padeció una gran angustia y los residentes en Arafo tuvieron que acudir a Güímar en busca del preciado líquido. Además, supuso una disminución en los ingresos de la ermita, pues no podía rematar el agua de su propiedad.
Ante la imposibilidad humana de lograr el desescombramiento del naciente, Juan Hernández Santiago en representación de varios vecinos propuso a Pedro de Castro, capellán de la ermita, llevar una imagen de San Agustín hasta el fondo del barranco de Añavingo. Tras hacerle un novenario se sacó en procesión el 21 de septiembre de 1751, entre plegarias y oraciones, en un día caluroso y despejado, dejándola en la angostura, con su luz encendida aprovechando el abrigo de una pequeña cueva.
A las pocas horas comenzaron a formarse espesos nubarrones y esa misma noche cayó un gran temporal. A la mañana siguiente, el impulsor de la rogativa Juan Hernández Santiago, preocupado por la imagen, acudió a comprobar su estado y cual fue su asombro cuando vio no sólo que se encontraba perfectamente, con su luz encendida, sino que también el agua perdida de Añavingo manaba de nuevo, en el lugar conocido como “Saltadero de los Maestrantes”. Este episodio fue acogido en el pueblo como un milagro, y llenos de fervor acudieron a buscar al santo africano, que fue devuelto a la ermita con toda veneración el 9 de octubre de 1751.
Debido a la resonancia del suceso entre la colectividad local, se decidió luego excavar un nicho y dejar una pequeña efigie del Obispo de Hipona, que se ha bajado en sucesivas ocasiones hasta la iglesia parroquial, como por ejemplo en 1871, como acción de gracias tras haber superado una epidemia de viruela que afectó a Arafo o también a comienzos del pasado siglo. A las primeras celebraciones acudían los pastores con sus lanzas y varias personas hacían sonar los bucios, entre las vivas de los concurrentes. Las calles principales se adornaban con ramas de haya, brezo, aceviño o laurel y se hacían  dos arcos decorados con banderitas, uno en el lavadero y otro en la “esquina de Inocencia”. A la altura de los chorros del tanque se preparaba un altar y se oficiaba la misa con acompañamiento de la banda de música. También era habitual que el molinero  Antonio Marrero García, recitara unas loas al santo desde el balcón de la casa del antiguo molino, además, al ser cañero de la Comunidad Añavingo, se encargaba del cuidado de la imagen y de encenderle su luz.
En la fiesta, que siempre coincidía con la estación de verano, participaba casi todo el vecindario, pues era mucha la devoción que despertaba San Agustín; la mayor parte esperaba al santo en la “Canal Alta” y recogían ramas de la frondosa vegetación del barranco. Llevaban comida y bebida que a veces se cargaba en burros y mulos y era habitual el convite entre los asistentes. La pequeña imagen era repintada por el recordado artista local Andrés Rodríguez Fariña.
En 1945 se celebró otra bajada, que contó con la participación de la banda de música “Nivaria”. En los años cincuenta se mantuvo el festejo, aunque nunca tuvo una periodicidad definida. Durante la década de los setenta y ochenta se celebraron varias bajadas, organizadas por el Casino “Unión y Progreso” y  por comisiones vecinales. Las bodegas de la zona se abrían para los romeros y también se habilitaban asaderos de sardinas en puntos estratégicos. Las últimas se realizaron en 1984, el 11 de agosto de 1989, el 7 de agosto de 1993 y el 9 de agosto de 1997, éstas como promesa de los vecinos de la Cruz del Valle.

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